lunes, 31 de agosto de 2015

LA CIGARRERA

París 1895

"Cuando la piel no aparecía como el deseo pedía,
 el dibujo de un corazón rojo, bordado en la ropa interior negra,
 salía a escena cada vez que lanzaba sus piernas al aire.
 La ilusión de éxtasis era perfecta...Nacía la noche."   Louise Weber.

Cuidando de no hacer ruido para no despertarlo, se vistió, tomó su bolso y con suma cautela cerró la puerta. Bajó apresurada las escaleras del ruinoso edificio y enfiló hacia el Pigalle, barrio ubicado al pie de Monmatre.
Todavía era temprano cuando cruzó la entrada del cabaret, su lugar de trabajo, aunque las luces del enorme molino rojo ya estaban encendidas invitando a la diversión y al desenfreno.
¡Oh, la Belle Époque! Despreocupación, ligereza de corazón y "joie de vivre", era la jaculatoria de aquella época frívola, en donde la plebe se mezclaba con la aristocracia.
Saludó a sus compañeras y se dispuso a cambiar sus ropas austeras por otras, atrevidas y sensuales: un corsé negro, una pollera cortísima de tules, medias negras con ligas de puntillas al tono y zapatos de tacón. Sus cabellos oscuros como ópalos, los recogió en un rodete alto al que sostuvo con cintas de seda roja y lo adornó con algunas plumas azules. Acentuó el rubor, la máscara de pestañas y el labial. Por último se pintó un lunar a un costado de su boca, carnosa y apetecible, semejante a una frambuesa.
Se colgó al cuello la bandeja de madera colmada de cigarros, y como todas las noches, se sumergió en una atmósfera de fantasía, de moral distraída y liviandad de proceder.
Las mesas del Moulin Rouge comenzaban a ocuparse con rapidez. Los juerguistas estaban hambrientos de diversión vulgar y excitante.
Dorine, conocedora de su oficio, zigzagueba con prudencia entre las mesas, evitando pellizcos y besos indeseados de clientes lisonjeros.
Todo lo soportaba por los escasos francos que a fin de mes llevaba a su casa. El se merecía cualquier sacrificio, hasta el de dejarse manosear por los viejos libidinosos que a diario la acosaban.
La iluminación del gran salón se fue apagando, para que brillaran con toda intensidad las luces del escenario.
Dorine, respiró aliviada, comenzaba el baile sublime,el Cancán, y ella podría descansar un breve instante de los arrebatos masculinos.
Los hombres parecían hipnotizados al ver como " un ejército de jóvenes muchachas bailaban ese divino alboroto femenino" lanzando con increíble elasticidad las piernas al aire.
Una exclamación general dio la bienvenida a una Cleopatra desnuda cargada sobre cuatro hombres y rodeada de mujeres, también desnudas, que yacían lánguidas sobre camas cubiertas de flores.
Aprovechando el inicio del espectáculo, se escabulló en el jardín. Detrás del gran elefante que lo adornaba, se encendió un cigarrillo. Pensó que nadie se daría cuenta de su falta.
Estaba equivocada, el administrador, que con ojo avizor perseguía a sus empleadas, la encontró.
"¡Así que holgazaneando en horas de trabajo!", le dijo con dureza.
Ella, obnuvilada, apagó el cigarrillo y sin defenderse, pidió disculpas. La música estridente, las risas desaforadas, el humo penetrante, los silbidos ensordecedores, se presentaron ante ella como una gran boca que la devoraba sin compasión.
Mientras observaba a las parejas contornearse en la pista de baile rodeada por centenares de espejos, rezaba para que pronto acabara ese carnaval lujurioso y poder volver junto a él. El la necesitaba y ella a él. Era el motor de su vida, su alegría. Bien valían las lágrimas derramadas por un trabajo que la asqueaba, porque lamentablemente de ese trabajo dependían ambos.
El amanecer, con sus colores rojizos y violáceos, anunció el cierre del Moulin Rouge, "La Taberna del Diablo",como alguien lo describió alguna vez.
Vio como se alejaba con paso errante, el príncipe de Gales tomado del brazo de una dama de dudosa reputación. Dorine, sin contenerse, rió por lo bajo.
Toulouse Lautrec pasó junto a ella y la saludó con cortesía. Le caía bien Henri, siempre le compraba cigarros y muchas veces la dibujó mientras vendía su mercadería. Sus propinas eran generosas.
Abandonados los tules, las plumas y las insinuantes ligas de puntilla, volvió a su sencillo traje de franela gris, a sus gastadas botinetas y a su insulso sombrero de paño. El maquillaje, ausente de su rostro.
Subió agotada las escaleras,"Ojalá esté dormido, deseo tanto dormir unas horas...", pensó esperanzada.
Abrió con sigilo la puerta. Un grito de felicidad quebró su ilusión.
"¡Mamita, llegaste al fin!
Un pequeño de cinco años, con la boca llena de caramelos, corrió hasta ella. La abrazó con fuerza al mismo tiempo que le estampaba un beso pegajoso en la mejilla.
"Sí, mon petit caramel, mamá regresó".


1 comentario:

  1. Hermosa historia a partir de"Moulin Rouge"- Logras recrear con muy buen gusto y pulcritud la falsa alegría que esconde profundas grietas sociales y angustias personales.

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