domingo, 27 de diciembre de 2015

AGUAS CULPABLES

Esa mañana se levantó muy temprano. Estaba deseosa de comunicarse con su marido.Hacía ya casi tres meses que no lo veía, ¡cuánto lo extrañaba!. Cuando partió hacia Inglaterra por la enfermedad de su padre, sospechó su embarazo, pero al no estar completamente segura, prefirió guardarse la noticia hasta su regreso.Era tiempo de revelársela.
Su abrigo de armiño la defendió del frío intenso de cubierta. Con paso ligero y una radiante sonrisa de satisfacción, se dirigió hasta la estación de telegrafía.
"Le diré que llego con una novedad maravillosa que nos hará inmensamente felices. Sólo eso, lo mantendré en ascuas hasta estar en sus brazos. En ese momento le confesaré que seremos padres...Sí, eso haré. Muero por ver la expresión de su rostro cuando se la comunique. Recién ahora comprendo lo que significa el milagro de la vida", pensó con el corazón alborozado.
Desayunó en el suntuoso salón junto a su suegra, que con generosidad la había acompañado en su viaje. Su sirvienta, una joven hacendosa y distraída, se reunió con ellas unas horas más tarde, ya que estaba ubicada entre los pasajeros de tercera clase.
La jornada se le hizo lenta y aburrida, a pesar de todas las comodidades que ofrecía el barco: gimnasio, piscina, biblioteca...Nada la complacía, sólo anhelaba arribar a Nueva York.
Luego de la cena en el lujoso restaurante, abandonó una tediosa sobremesa y escapó hacia la sala de lectura, aunque enseguida cambió de parecer optando por la Gran Escalera que la llevó a la cúpula de cristal. Se apoyó en la baranda de madera lustrosa, cerró los ojos y lejos del bullicio del comedor, soñó con el reencuentro..."¡Cuánto los amo!", dijo en voz baja acariciando su vientre.
Bajó lentamente los escalones alfombrados y sin dudarlo se encaminó hacia su camarote, Gertrudis la estaría esperando para ayudarla a desvestirse, faltaba poco para deshacerse del maldito corsé. Sonrió al pensar en ese detalle.
"¿Me necesita para algo más señora?", preguntó solícita la sirvienta.
" No, querida, puedes retirarte y trata de descansar", le aconsejó con cariño.
" Esta noche los irlandeses festejan una boda y uno de ellos me invitó al baile", le confió sonrojada.
" Entonces necesitarás algo bonito".
Con sorpresa, Gertrudis, se vio enfundada en un sencillo, aunque costoso, vestido de seda azul.
" Es demasiado señora...no sé si debo...", tartamudeó emocionada.
" Te lo mereces, y ahora vete y diviértete".
Sola, en la sala de estar de su camarote, sentada cerca de la estufa eléctrica, empotrada hermosamente en una chimenea, continuó escribiendo en su diario.
" 14 de Noviembre de 1912
Hoy el mar ha estado apacible. Adoro observar las aguas, regalan serenidad a mi espíritu convulsionado por una espera que se me hace interminable.
Hasta mi camarote llega una dulce melodía, un vals, que la orquesta ejecuta magistralmente sobre cubierta. Un vals que despierta en mí cientos de recuerdos; bailando un vals conocí al hombre que me hizo mujer, bailando un vals me robó un beso, bailando un vals me propuso casamiento... 
El reloj acaba de marcar las 23 y no puedo conciliar el sueño. ¡Que raro! me parece escuchar una campana...será mi imaginación.
De la biblioteca extraje un ejemplar de "Orgullo y Prejuicio", de Jane Austen, que comenzaré a leer esta noche. Quizá la lectura de esta historia ayude a calmar mi ansiedad."
Enfrascada en la trama no escuchó el griterío que se acentuaba con el correr de los segundos.
Un golpe en la puerta que clamaba urgencia, la sobresaltó.
"Señora, su suegra la espera en cubierta para abordar en uno de los botes de emergencia. Existe la posibilidad de que el transatlántico se hunda", el oficial lo expresó con calma tratando de no asustar a la mujer.
Fracasó en su intento, Britanny se envolvió en una mantilla de lana, tomó su diario y salió en busca de su suegra. No fue fácil llegar hasta ella. El miedo desequilibra al hombre sin importar su status social, y en ese momento crucial provocó un enjambre convulsionado que pisoteaba, empujaba, insultaba...el salvajismo a flor de piel y Britanny fue víctima de esas reacciones
Cuando logró alcanzar a la mujer que la esperaba angustiada, la abrazó y le entregó el diario.
"Para Ben", consiguió decir, estaba extenuada.
"Entrégaselo tú", se extrañó la suegra, "No perdamos tiempo, subamos al bote, ya hay pocos lugares. Ese maldito iceberg causó un desastre".
"No, suba usted, yo voy por Gertrudis. No puedo abandonarla"

"Estás loca Brit, ven sube...", la tomó con fuerza del brazo. La joven de un tirón se desprendió de la suegra y corrió hacia los niveles inferiores. Allí el descalabro era mayor, sabían con seguridad que pocos sobrevivirían, ellos eran personas sin importancia, pobres inmigrantes que apenas habían podido pagar su pasaje.
Britanny, contagiada por la desesperación, empujó para abrirse paso entre la multitud que se agolpaba clamando y exigiendo auxilio, un auxilio que nunca les llegó.
La halló sobre el regazo de un joven pelirrojo que no apartaba su mirada del rostro ensangrentado de la muchacha.
Britanny se arrodilló junto a ella y le acarició el rostro. Gertrudis no reaccionó.
"Está muerta, ¡muerta!", se desgarró el joven, " estos bárbaros la aplastaron, la golpearon y yo no pude...no pude...", se lamentó entre lágrimas.
Britanny, apenada, volvió a la cubierta del nivel superior. Pudo hacerlo porque uno de los oficiales que bloqueaba el paso a los pasajeros de tercera la reconoció y le permitió escabullirse.
Eran las dos de la madrugada y el agua ya alcanzaba la cubierta de primera clase. Se escucharon disparos y el pánico se adueñó de los pocos que quedaban, entre ellos, Britanny. Ya no habían balsas inflables.
"Voy a morir, mi hijo nunca verá la luz., no volveré a besar la boca de mi amado. Estoy en paz, hice lo correcto. No podía abandonar a mi fiel Gertrudis, ¡no!".
A las dos treinta del lunes 15 de abril, la popa del Titanic se alzó en la noche y rápidamente se sumergió dejando en torno a varios cientos de pasajeros que se debatían en el agua helada sin esperanza de salvarse.
Como si fuese un ritual mágico, que la traía del recuerdo a la realidad, el hombre abría con amor todas las tardes el diario de su esposa. El avaro océano se la había robado, a ella y su hijo. Primero la maldijo por su estupidez, anteponer su vida y la de su hijo por una simple sirvienta...más tarde se arrepintió, ella siempre obedecía a su corazón, un corazón generoso y valiente. Y como todas las tardes, mientras escuchaba un melancólico vals, lloró.


"La valentía es la capacidad de actuar apropiadamente, incluso cuando se tiene miedo a la muerte".
 Omar N. Bradley


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