sábado, 2 de enero de 2016

EL CASTILLO DE CORAL

Irlanda, 1300
El muchacho trabajó duramente desde antes de la salida del sol en la tierra arrendada al señor feudal. Debía sacar de ella el máximo provecho, los intransigentes administradores siempre le exigían más y más...
Erin contaba con trece años y ya ere el jefe de su hogar. Su padre había muerto apuñalado hacía unos meses en una trifulca de ebrios en la taberna del pueblo. Su pobre madre apenas lo lloró, en realidad se sintió aliviada de librarse de ese hombre pendenciero que sólo le provocaba dolores de cabeza.
Erin lamentó la muerte de su padre, el pesado trabajo del campo ahora dependería exclusivamente de él. El agobio de semejante responsabilidad lo abrumó. La existencia de toda su familia, su madre y sus dos hermanitos, estaban sujetos a su esfuerzo. Si no rendía lo suficiente, el terrateniente los echaría sin piedad de la propiedad y...¡qué sería de ellos!.
Sin embargo, el mal presentimiento de Erin cayó por tierra cuando a la mañana siguiente al entierro de su padre y después de un frugal desayuno, su madre y sus hermanos se alistaron para compartir con él las tareas del campo. Juntos saldrían adelante.
Un día, a finales de abril, Erin y sus hermanos, montados en un carro cargado de trigo y tirado por dos mulas, se dirigieron al mercado del pueblo. Su madre se quedó ordenando las herramientas que empleaban en la labranza : guadañas, rastrillos y asadas, en el pequeño galpón adosado a su casa, ya que se acercaba una tormenta.
A mitad de camino, al intervenir en una tonta riña de los niños, Erin cayó a tierra. Una rueda le pasó sobre su pierna derecha fracturándola. Los gritos del muchacho asustaron a los chiquillos que corrieron en busca de auxilio.
Dos amigos de su padre, generosamente, lo regresaron a su casa.
Su madre, de espíritu férreo, mantuvo la calma. Le aplicó un emplasto con larvas de mosca para evitar la infección; luego, entablilló la pierna, simulando serenidad ante el dolor lacerante de su hijo. Le dio a beber un té de valeriana y menta para relajárlo y mejorar la circulación sanguínea. "Nos queda esperar y rezar. Mi temor es la gangrena, si esto sucede habrá que cortar ", lloró la mujer.
Pasados unos días, el fantasma de la gangrena se materializó en la pierna de Erin. Los amigos de su padre se presentaron con un anciano jorobado y de larga barba blanca. "Es médico", se limitaron a decir.
La madre de Erin lo miró con suspicacia.
"¡Mujer!, no tienes otra alternativa que confiar en mí. La vida de tu hijo pende de un hilo. ¿Quiere mi ayuda o no?", vociferó mal humorado.
La mujer aceptó a regañadientes, más aún cuando hubo que cortar la pierna.
Concluída la extenuante operación, el jorobado, con una ternura que sorprendió a todos, dijo a la mujer: "Curar pocas veces; aliviar a menudo; consolar, siempre. Bebe este tónico, aliviará el dolor de tu alma. El muchacho saldrá adelante, ya verás. Confía en Dios, en los Hados, en el Destino, no importa en quien, pero confía, siempre confía". Dicho esto se fue sin aceptar pago alguno.
Pasado un tiempo, gracias a su fuerza de voluntad y a un par de muletas que un vecino le proporcionó, volvió a trabajar en el campo. Poco era lo que podía hacer. Durante la cena, un liviano guiso de huesos de oveja sin carne y algunos nabos, lloró su desesperación. "Madre, por más que me ayuden, es imposible que podamos usufructuar estas tierras. Soy un lisiado y el amo nos echará a patadas. ¿Qué haremos madre?".
La mujer recordó las palabras del jorobado y se las repitió: "Confiemos, hijo, siempre confiemos. La respuesta a nuestros males nos llegará pronto". Se abrazaron uniendo sus corazones en una única plegaria.
Pronto llegó la festividad de Beltane, la celebración del Buen Fuego que marcaba el comienzo del verano pastoral, cuando los campesinos llevaban las manadas de ganado a las tierras de pasto de las montañas. Erin y sus hermanos se aprestaron a participar muy entusiasmados.
El trayecto fue duro para el muchacho que se desplazaba con la ayuda de las muletas, pero en ningún momento decayó su ánimo. Entre cánticos y risas llegaron a su destino. Al atardecer encendieron grandes hogueras, símbolos de la fiesta.
Mientras compartían una cerveza fresca y turbia, algunos hombres comentaron sobre la existencia del misterioso Castillo de coral que se encontraba oculto entre esas montañas.
_ Dicen que allí vive una bruja poderosa capaz de volar, de manipular el fuego y exponerse a él sin recibir daño alguno.
_ Además domina los ríos y las tormentas _ agregó un desdentado.
_ Pero lo más increíble es que puede tomar la forma de cualquier animal, se puede hacer invisible y puede volver a la vida a los muertos _ dijo otro con seriedad.
Todos escuchaban con respeto, nadie se atrevió a reír o burlarse. Todos creían fervientemente en las leyendas que pasaban de generación en generación a través de la tradición oral.
"Volver a la vida los muertos...Si puede volver a la vida a una persona completa, quizás pueda volver a la vida mi pierna", reflexionó esperanzado Erin.
_ Esta misma noche iniciaré la búsqueda del castillo de coral _ afirmó con convicción ante el grupo que lo miró atónito.
_ ¿Qué locura dices muchacho? _ se escandalizó el más anciano.
_ Lo haré, mi futuro y el de mi familia depende de ello._  se retiró de la reunión perdiéndose en las sombras de la noche ante la perplejidad de todos.
A pesar del cansancio, caminó durante toda la noche por senderos tortuosos con la luz de la luna como única guía.
En los albores del día se topó con un túnel natural de hayas oscuras que lo invitaba a adentrarse en él. Así lo hizo. Caminó por horas y al término del misterioso sendero quedó pasmado al aparecer ante sus ojos el legendario Castillo de Coral. Se acercó con cautela, aunque sin miedo. No estaba custodiado, eso creía él. Varios pares de ojos seguían con atención sus pasos, eran Djins, genios al servicio de la poderosa bruja. Sigilosamente traspuso el enorme portón de piedra. Lo recibió un fantástico y colorido jardín adornado por relojes de sol y representaciones del sistema solar. En el centro, una peculiar mesa en forma de corazón con un ramo de rosas blancas. Más allá de las enredaderas de mil tonalidades y de las distintas especies de plantas, todas extrañas y exóticas, se alzaba una torre altísima cubierta de piedras preciosas, destacándose el jade, los zafiros y las turmalinas.
Erin, impresionado ante tanto despliegue de belleza, permaneció alelado esperando a la bruja.
Esta se presentó custodiada por dos mastines, oscuros y fieros. Alta, delgada como un esqueleto, de nariz larga y puntiaguda, toda vestida de negro. Un velo cubría una mirada enigmática y electrizante.
_ ¿Que pretendes en mis dominios criatura impertinente?_ su voz era áspera, grave.
_ Vengo a suplicarte por la pierna que me falta. Sé que tienes el poder para devolvérmela.
Una carcajada ronca, escalofriante, rompió el singular silencio del lugar.
_ Haré lo que quieras, limpiaré, cocinaré...lo que deseés, estoy a tu disposición, pero, por favor, devuélveme la pierna. Mi madre y mis hermanitos dependen de mis fuerzas para trabajar las tierras que arrendamos a nuestro Señor. Si no hay cosecha seremos arrojados como perros de nuestra casa. ¡Ten piedad!_ vencido cayó entre las piedras llorando como un niño desprotegido.
_ No apeles a mi piedad porque no la tengo. Reconozco que mi precioso jardín necesita algo de cuidado...y que mi laboratorio está lleno de polvo y telarañas...así que ponte manos a la obra y después hablaremos sobre tu pierna ausente.
Erin al escuchar el comentario de la bruja levantó el rostro sucio de tierra, pero ella y los mastines habían desaparecido.
Tardó varios días en desmalezar el jardín, podar los diferentes arbustos y plantas trepadoras, cortar el césped, que en algunos lugares parecía devorar las exquisitas orquídeas, de pétalos densos y brillantes; y los delicados lirios blancos. Trabajaba cantando y con esperanza.
Una noche de tormenta, mientras estaba ordenando el laboratorio de la misteriosa bruja, a la que no volvió a ver desde su llegada al Castillo de Coral, le llamó la atención un libro de gastada tapa de cuero que descansaba sobre un atril de plata. Comenzó a hojearlo con mucho respeto, si bien no sabía leer, las ilustraciones de botánica, astrología y cosmología, captaron su curiosidad.
_ ¿Qué haces?_ la voz estridente y autoritaria lo hizo temblar.
Al volverse se encontró cara a cara con los ojos afilados de un cuervo que lo observaba desde el macizo escritorio desbordante de pergaminos, tinteros y plumas de ave.
_ ¿Qué haces? _ repitió.
Erin, ante la sorpresa, se paralizó; la respuesta, atragantada.
_ Le contaré al ama sobre tu insolencia, seguramente te echará. No soporta que hurguen en sus cosas.
_ Te imploro, no le cuentes. Lo haré yo mismo. Si cometí un error, asumiré las consecuencias.
El cuervo extendió sus renegridas alas y se lanzó sobre él pasando muy cerca de su cabeza. Apenas lo rozó.
A la mañana siguiente se presentó la bruja en el momento que Erin desayunaba. El joven se atoró con el café, que junto a un aromático pan casero, aparecía mágicamente todos los amaneceres en la larga mesa de la cocina.
_ Sígueme _ le ordenó la oscura dama.
Obedeció sin vacilar con un nudo en el estómago.
Lo primero que vio al llegar al laboratorio fue el enigmático libro abierto en una página poblada de extraños caracteres.
_ Debo confesarte algo _ trató de ser valiente.
_ Habla
_ Ayer me dejé llevar por mi curiosidad y quise saber de que se trataba ese libro_ dijo señalándolo._ Te pido perdón por mi insolencia.
La bruja sonrió mostrando una impresionante dentadura de hierro que dejó boquiabierto a Erin.
_ Me satisface que no me engañes, pequeño campesino. No tolero la mentira y la holgazanería, veo que ellas no te dominan...aunque sí, la curiosidad. _ y con picardía le guiñó un ojo. Erin quedó de una pieza ante semejante gesto. La bruja estaba de buen humor.
_ Tres cosas me agradan de tí : tu amor a la naturaleza, has trabajado incansable en mi jardín a pesar de tu discapacidad, respetando cada planta, cada flor. Tu sinceridad, has sido valiente al confesar tu torpeza sin importarte el castigo. Y tu gran amor a los tuyos por quienes has padecido grandes sufrimientos.
Erin escuchaba y lloraba.
_ ¿Ves ese libro? Es el Heptameron, explica la manera de convocar a los espíritus, ya sea para pactar con ellos o para dominarlos para que cumplan mis deseos como solía hacerlo tiempo atrás el rey Salomón.
He visto dentro de tu corazón, sé que eres una persona pura y de intenciones nobles. Otro hubiese matado al cuervo para que no lo delatara, pero tú preferiste enfrentar mi furia y decir la verdad.
Erin recordó las palabras de su amigo," la bruja puede tomar la forma de cualquier animal".
_Ya puedes regresar a tu hogar, pequeño campesino _ lo dijo con amabilidad, casi con cariño.
_ Pero, ¿mi pierna? _ se desilusionó.
_ Confía, siempre confía _ y ante la mirada azorada de Erin, la bruja se evaporó.
Su madre y sus hermanos lo recibieron con alegría. Querían saber todo cuanto había acontecido en el mágico Castillo de Coral.
_ ¿Eso te dijo la bruja? ¡Que raro! Es el mismo consejo que me dio el médico jorobado que te cortó la pierna. ¡Que raro!
Esa noche se fueron a dormir temprano. A la media noche, la mujer se despertó sobresaltada. Enseguida percibió una fragancia dulce y suave. Encendió una vela y fue a ver a sus hijos. Al acercarse a la cama de Erin, con sorpresa observó que debajo de la raída manta que abrigaba al muchacho se encontraba no una, sino las dos piernas.
Muy lejos de allí, la bruja terminaba de convocar a los espíritus del bosque para cristalizar el deseo de Erin:
"Yo, Mara, bruja de la antigua tradición,
 solicito a los árboles y al suelo del bosque
 que me cubran de energía y resplandor,
 Araña que teje, poder y fuerza.
Aire y Fuego, Agua y Tierra,
vengan en mi ayuda.
Abran mi espiral de fuerza y magia,
abarquen el alma que me han concedido,
Pentáculo de la antigüedad, piedras de lo profundo.
Sangre roja, agujas y alfileres, perfume de almizcle
escuchen mis palabras de luna a luna.
Cito al Señor y a las Damas de las Runas
que la pierna de Erin asome fuerte y sana
por la Ley de tres veces tres. Amén"

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