martes, 9 de febrero de 2016

DÉJA VÚ, SUEÑOS OLVIDADOS

¿DÓNDE ESTÁS AMOR DE MI VIDA QUE NO TE PUEDO ENCONTRAR?

Caminaba distraída por las calles poco concurridas de una tarde gris. El otoño la deprimía, la melancolía se apoderaba de su alma con tesón, ahogándola en un mar de desesperanza. Nunca entendió la razón de esta sensación de desamparo que se encendía en su espíritu precisamente en esa estación del año. Hasta la caída de las hojas, dejando los árboles desnudos, le provocaba lágrimas. "¡Que tonta!", se repetía desconcertada ante su reacción.
Tan compenetrada estaba en sus pensamientos que no advirtió que cruzaba con el semáforo en rojo. Una frenada estridente la conmocionó. Con rapidez volteó la mirada topándose con el rostro preocupado de un hombre.
"¿Estás bien?", la voz grave y rasposa le produjo un misterioso escalofrío.
Cruzaron las miradas; acerada la de él, sorprendida la de ella. "Debes tener más cuidado, ese auto te podría haber matado", protestó aireado. Ella permaneció en silencio observándolo. "Esa voz...esos ojos grises", un recuerdo escurridizo la atormentó.
Al verla indecisa, el joven se inquietó. "¿Te sientes bien?".
Con una tímida sonrisa ella desestimó su preocupación. Él, aliviado, aceleró el paso perdiéndose entre el gentío. Ella lo vio alejarse sintiendo la terrible necesidad de correr tras él. "¿Qué me pasa?", se extrañó.
Esa noche tuvo un sueño extraño, su memoria le esclareció lo que esa mañana le advirtió su sexto sentido... una experiencia inquietante, una remembranza solapada.
Se vio presenciando un juicio. No era su época. La escena se desarrollaba en un recinto parecido a un cuadro del siglo XVlll. Ella estaba sentada en el primer banco. Lloraba. El hombre que amaba, de pie frente al tribunal eclesiástico. Su aspecto la martirizaba: sucio, la ropa hecha jirones, un ojo morado. Su alma ahogó un grito de desolación. "¡Amor!, ¿ que te han hecho estos miserables?".
Un clérigo obeso de maneras adustas lo interrogaba inflexiblemente:
_ Doctor Morris, varios de sus vecinos afirman que mantiene tratos con el diablo.
_ Una vil mentira _ exclamó indignado.
_ ¿Cómo explica entonces las curaciones milagrosas de pacientes?¿Por qué muchos de los niños que usted asiste no padecieron la peste?_ preguntó intrigante.
_ ¡Ya se lo he dicho, cerdo ignorante! _ explotó.
Uno de los soldados, armado con un garrote, lo tiró al piso de un fuerte golpe en la espalda.
Ella quiso auxiliarlo, sostener la cabeza herida en su regazo, besar sus moretones. Alguien se lo impidió, no supo quien, su rostro era borroso. 
_ No sea impertinente y conteste a mi pregunta. _ insistió con petulancia el sacerdote.
_ Utilicé la vacuna contra la viruela para protegerlos _ respondió poniéndose de pie nuevamente, la fortaleza siempre lo había distinguido.
_ ¡Ajá!, un método nefasto, magia de los adoradores del demonio. Ustedes son testigos de su declaración _ con un movimiento de su brazo abarcó a los asistentes que escuchaban atónitos en la sala.
_ ¿Confiesa entonces, haber empleado métodos diabólicos en esta pobre gente?
_¡Nunca! Sólo hice lo correcto. El arte de curar avanza con el correr de los años y yo no he hecho otra cosa que valerme de esos descubrimientos en favor de la salud.
_ Lo han escuchado de sus labios. Corpus delictis esclarecido.
_ Credo quia absurdum, es absurda su acusación _ contestó empleando el latín, lo que sorprendió al tribunal.
_ Estoy harto de sus insolencias, lo condeno en nombre de la Santa Iglesia Católica a morir en la hoguera esta madrugada por brujería. Están todos invitados a presenciar el espectáculo. La justicia Divina se ha expedido _ condenó triunfal el clérigo.
Su garganta ardía, irritada de frenar el llanto y los lamentos. Ella se abrió paso entre los curiosos y traidores, nadie pudo detenerla esta vez. Pero antes de llegar a él, un soldado armado se interpuso entre ella y su amado.
_ Fuera de aquí si no quieres compartir el fuego purificador _ la amenazó.
Ella se resistió, lo empujó con asco y corrió hacia el condenado. Se abrazaron con vehemencia. Un beso robado grabó en sus labios una promesa de amor eterno.
De repente las imágenes cambian y se ve llorando debajo de un frondoso castaño sobre una tumba. 
Es otoño, una lluvia de hojas doradas cae sobre ella cubriendo el lecho eterno de su amor.
"Te llevo labrado con punta de diamante en las palmas de mis manos, como sello en mi corazón. ¡Jamás te olvidaré! El tiempo nos resarcirá de tanto dolor, de tanta injusticia. Mi alma inquieta siempre te buscará, nunca se dará por vencida hasta que las ánimas benditas nos vuelvan a reunir".
La promesa se pierde con el martilleo insistente del reloj despertador que la arranca con violencia de su ensoñación.
Se despierta feliz, como si hubiese hallado lo que siempre buscó.
Luego de desayunar, hace algunas compras; esa noche es el cumpleaños de su mejor amiga y le había prometido asistir. Odia las reuniones bulliciosas, prefiere las celebraciones íntimas.
Cuando cruza el umbral de la casa, nuevamente siente el cosquilleo que la pasmó el día anterior.
Se sienta apartada de todos en un rincón, perdida en sus recuerdos, recuerdos tan vívidos...
"¿Tomas algo?", la misma voz grave que la electrizó el día anterior. Eleva la mirada y allí está él, el joven del semáforo o acaso el médico que amó con intensidad hacía...¿cuánto?, ¿décadas?, ¿siglos? Siente como esos ojos tormentosos la penetran hasta la hasta la coyuntura de sus huesos.
_ Eres tú _ ella comprende al instante que él no se refiere al incidente del presente, él la reconoce del pasado.
_ Soy yo_ responde con el corazón alborozado.
Él la toma entre sus brazos repitiendo el beso que siglos atrás interrumpió la desventura. Esta vez no es un beso de despedida, es un beso visceral, profundo; nacido de las entrañas de la memoria, chispa atrevida que avivó una hoguera de pasión que el paso del tiempo no pudo extinguir.


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