miércoles, 23 de marzo de 2016

EL OBSEQUIO

Sigilosa, con cautela, con una intolerante opresión en el pecho, subo los escalones de aquella impresionante escalera de piedra que a medida que asciende se va estrechando. Entre mis dedos sudorosos tintinea el manojo de llaves oxidadas que mi cínico padrastro depositó en mis manos.
"En el altillo encontrarás un obsequio. Ve, búscalo, es para ti", su voz lisonjera me estremece y como de costumbre, lo detesto.
"¿Qué pretende?", pienso inquieta, "A él nunca le importé. ¿Por qué este cambio?".
Pasó un mes de la muerte sorpresiva de mi madre; una mujer joven, saludable, alegre hasta el día de su boda. Todavía no comprendo como pudo enamorarse de ese hombre vil.
A pesar de mi juventud, la semana entrante cumpliré quince años, supe ver como la engatuzó con su galanteo empalagoso.
"Madre, ese hombre es de temer,será nuestra ruina. Huele a muerte", recuerdo haberle advertido. Nunca creyó en mis premoniciones.
"Querida, no seas tonta, es adorable y lo amo", se rió de mi preocupación.
El tiempo me dio la razón. Su salud comenzó a flaquear. Ninguna medicina logró devolverle la lozanía; hasta que finalmente una mañana tormentosa,  el bramido de un trueno espeluznante que sacudió toda la casa, me anunció su muerte.
Mi padrastro se mantuvo frío como una lápida. Su rostro adusto no reveló el menor signo de angustia.
Desde aquel luctuoso día vivo encerrada en mi habitación. Le temo y lo maldigo. Estoy condenada a permanecer junto a él ya que no tengo parientes. Soy un estorbo para él y él lo es para mí.
Y de repente esta reacción amistosa. "En el altillo encontrarás un obsequio. Ve, búscalo, es para ti", sus palabras martillan mis oídos. La oscuridad vela mi mirada, presagio de catástrofe. Me resisto a hacerlo, pero él me empuja, al principio con delicadeza, luego, al notar mi rigidez, con brusquedad. Sin opción, subo.
Mi mano tiembla al colocar la llave en la cerradura. Una vuelta, dos...y la puerta se abre. La oscuridad me engulle. Cuando mis ojos se acostumbran a la lobreguez del recinto, descubro que soy observada por decenas de ojos rojos, incandescentes. Me estremezco.
Pegada a la pared, recorro la habitación hasta dar con una ventana. Corro la pesada cortina. La luz de la luna llena entra sin pedir permiso. A pesar de la tenue iluminación alcanzó a ver lo que me atemoriza. La aprehensión del trance por el que atravieso me hiela la sangre.
Veinte ratas... treinta, quizás, se amontonan inmóviles a mis pies. Tardo en comprender que están embalsamadas. "¡Bonito obsequio!", pienso atónita. Entonces recuerdo una tarde en que, a la hora del té, comenté mi repulsión a los roedores. "Mi corazón dejaría de latir", había exclamado.
"El maldito busca mi muerte. No se contenta con su parte de la herencia, lo quiere todo. ¡Cazafortunas!, siempre lo sospeché".
Me concentro haciendo un tremendo esfuerzo por calmar los espasmos de pánico que recorren mi cuerpo.
"No se saldrá con la suya, yo soy más astuta".
Siempre pegada a la pared, alcanzo la puerta. A salvo. Veloz, cierro la puerta y corro escaleras abajo.
El no está en el salón. "Estará festejando", me regocijo.
¡Hombre necio! Confiaste en mi apariencia frágil, cuando en realidad mis genes esconden un secreto familiar: por mis venas corre sangre de hechicera.  No pude salvar a mi incrédula madre, sin embargo, ese triste suceso aumentó mi fuerzas y conocimientos. Ahora mi venganza será implacable.
Con paso firme llego a la cocina. Lo encuentro sentado a la mesa. La cabeza sobre el plato aplastando un trozo de torta de chocolate. El veneno surtió efecto. Veneno, gula y magia negra, mis amorosos aliados.
"Tu regalo me decepcionó, en cambio, veo que mi obsequio fue de tu agrado. Extraños designios dirigen nuestras vidas, ¿ tú qué crees?..."


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