martes, 17 de mayo de 2016

SÓRDIDA NECEDAD

Una brumosa y tórrida noche de luna llena, Catrina, una joven petulante y altanera, paseaba por las cercanías del cementerio de su aldea haciendo alarde de su temeridad.
Jamás escuchaba los consejos de su madre, que buscaban infundir sensatez en su cabeza alocada; y siempre se burlaba de las lúgubres leyendas que circulaban entre las familias sobre la existencia de seres oscuros y sanguinarios que esperaban agazapados en las sombras el momento oportuno para atacar a los humanos incautos.
Esa noche, Catrina se propuso echar por tierra aquellas leyendas huecas y estúpidas. Espero a que sus padres se durmieran y con la sola compañía de un candil, para iluminar su camino, se aventuró hacia lo desconocido.
Caminó con paso firme, en ningún momento sintió miedo. Se creía valiente y arriesgada.
Se propuso llegar hasta la zona más inhóspita que rodeaba su pueblo. "Les demostraré a todos estos ignorantes que los vampiros y los hombres lobos sólo existen en sus mentes fabuladoras", pensó jactándose de ser sabia y despreciando la creencia popular.
Sin embargo, su arrogancia pronto se quebró al adentrarse en un bosque tenebroso. En más de una oportunidad las ramas retorcidas de los árboles, como manos artríticas, le acariciaron el rostro dejando una estela de sangre en su piel alabastrina. Su grito, silenciado por el sombrío ulular de los búhos, que con sus grandes ojos le advertían un peligro inminente. Ella, insensata, no captó el alerta.
La luna, sol de los muertos, con un haz de luz solidaria le reveló la existencia de una pequeña cabaña entre una mata de zarzas.
Sin dudarlo se dirigió hasta allí. La puerta estaba abierta. Entró, la iluminación casi la ciega. Cientos de velas, desperdigadas por el amplio recinto hacían de la noche día.
Sobre una larga mesa de roble oscuro, platos con variadas exquisiteces la invitaba a devorarlos.
No rechazó la tentación y se arrojó sobre ellos. La comida sabía deliciosa, aunque...un dejo a sangre rancia le revolvió las tripas. El vómito, inesperado, la convulsionó.
Frenética, bebió de una copa llena de vino rojo. Pero, ¿realmente era vino?. A ella la bebida le supo dulce y espesa, sin embargo, no le dio asco sino sueño.
Catrina cayó en una duermevela que la conmocionó.
Tres mujeres de extrema belleza aparecieron de la nada. Volaban, flotaban, pero siempre a su alrededor.
"¡Que impertinencia la tuya! ¿Cómo te atreves a entrar en nuestra casa sin invitación previa?", escuchó que le reclamaba la morena de cavernosa mirada.
"Como castigo serás parte de nuestro festín", declaró entre siniestras carcajadas la doncella de cabellos cobrizos y ojos de fuego.
Catrina intentó romper el cerco creado por las extrañas mujeres, pero fracasó. Se sentía pesada, narcotizada. Sin saberlo había bebido opio diluido en sangre.
Impotente vio como las dos vampiros se abalanzaban sobre ella; sin contemplación alguna le desgarraban el cuello y como sanguijuelas famélicas mamaron hasta la última gota de su sangre, dejándola como un pergamino amarillento y crujiente.
La mirada vacía de luz de Catrina parecía exclamar al Cielo:
"¡Tonta de mí! La necedad ha sido mi tumba".