miércoles, 24 de mayo de 2017

LAS PUERTAS DEL AVERNO ( PARTE II )

Monasterio de Saaburg


El día que Adela arribó al convento se sintió inmediatamente atraída por un frondoso árbol de oscuro follaje y flores blancas. Reinaba gallardo en el jardín que con esmero cuidaban las monjas. Se detuvo frente a él y observó sorprendida la gran cantidad de espinas que poseían sus ramas. De repente le acometió un mareo. Unas extrañas palabras resonaron en su mente y en su corazón: "Soy tuyo y tú eres mía".
-- ¿Te encuentras bien? -- una monja, asustada por verla trastabillar, acudió en su auxilio.
-- Es la emoción por entregar mi vida al Señor -- mintió alterada y subyugada a la vez por la visión que acabab de experimentar.  
-- ¡Que belleza! -- agregó refiriéndose al misterioso árbol.
-- No te guíes por las apariencias. Este árbol es demoníaco -- respondió la monja santiguándose.
-- ¿Demoníaco? -- preguntó perpleja.
-- Hace algunos años un vampiro asolaba este condado asesinando niños, era tal su voracidad que los dejaba secos como pasas de uva. Un grupo de soldados, soldados de tu padre, le atravesaron el corazón mientras dormía con una estaca de madera. Cuando suponíamos que nos habíamos librado del peligro, de su tumba nació un árbol, brote de la estaca que le dio muerte. Entonces, los aldeanos lo trasplantaron en este santo lugar, donde nuestras oraciones son sus férreas guardianas -- concluyó la monja.
La joven estiró el brazo y posó su mano sobre el tronco rugoso. Se sorprendió.
-- ¿Ha notado lo caliente que es al tacto? Incluso si hace mucho frío o cae nieve. Es como si se tratase de un cuerpo humano, de carne cálida, de vísceras palpitantes -- expresó la monja en un susurro.
Adela quedó pasmada por el relato. En su mente, el rompecabezas que había iniciado su abuela comenzaba a tener sentido. Ello lo completaría.
La declaración de amor que el árbol le obsequió la acompañó hasta el interior del convento y jamás la abandonó. "Soy tuyo y tú eres mía". 
Los años pasaron vertiginosamente. Perspicaz, de ingenio agudo y penetrante, fueron las cualidades que la distinguieron  a Adela y la ayudaron en su escalada por obtener el título de abadesa y con el título, el poder.
Todas las mañanas se paseaba por el jardín, sin importar el frío, el calor, la lluvia o la nieve. Ella siempre acudía al encuentro del árbol.
El árbol la llamaba y ella respondía presurosa. Permanecía parada frente a él como en éxtasis. El árbol le proclamaba su pasión y ella la aceptaba emocionada.
Recordando el consejo de su abuela de ser paciente, esperó el momento adecuado para registrar las catacumbas en busca del documento que celosamente guardaba la orden cisterciense y que ella codiciaba.
Una tórrida noche de verano marcó el momento oportuno. Aprovechó el descanso nocturno de la monja bibliotecaria para internarse en las oscuras y húmedas criptas. Nadie en la congregación debía enterarse de su propósito. La llama titilante de una vela le iluminó pobremente el trayecto.
En el exterior, azotaba una feroz tormenta. Los relámpagos empalidecían el firmamento y el sonido de los truenos poseían la capacidad de despertar a los muertos.
Adela se mantenía serena. Se movía con paso seguro por los sinuosos corredores. De tanto en tanto se detenía para sacudirse las telas de araña, que insolentes se pegaban en su velo. Las ratas, siempre alertas al peligro, se apartaban respetuosas de su camino.
Al toparse con el sector que preservaba los pergaminos más selectos, rió satisfecha.
Sin sobresaltarse por los truenos que aullaban desquiciados, comenzó una metódica búsqueda.
El polvo que se levantaba al remover los papeles, la hacía toser.
Se detuvo de repente. Otra vez aquella voz penetrante, musical, dulce como el almíbar, volvía a llamarla."Adela te necesito, la sed me agobia. Encuentra el códice. Será mi salvación y la fuente de tu más profundo deseo".
Sintió un delicioso cosquilleo en todo el cuerpo. Esa voz la excitaba, la embriagaba.
Sorprendida vio como una fuerza guiaba su mano hasta uno de los estantes superiores. Hurgó con cuidado hasta que dentro de un un cofre de plata repujada halló lo que buscaba: el Códice Calixtinus.
Con suma precaución lo llevó hasta su celda. Allí, más tranquila, comenzó a leer en latín sin dificultad. El texto estaba escrito en caracteres de gran tamaño sobre un fondo coloreado.
Encendió otra vela para ver con mayor claridad.
"Al árbol sediento, propiedad del Leviatán, darás de beber sangre fresca de virgen
que por tronco y ramas deberá correr cual líquido vital.
Entonces en su blancura, una gota de esa exquisita sangre hallarás.
Con ella una infusión prepararás
un excelso brebaje que la juventud eterna te dará 
si lo tomas con asiduidad y una inteligencia suprema que ningún hombre podrá rebatir".
"¡Ay Oma!, esta es la clave de tu secreto. He resuelto el acertijo. Gracias por este inesperado regalo. Joven y sabia por siempre".
Esa noche no durmió, estaba feliz y agitada por el descubrimiento. Ingeniosa, urdió un plan taimado para cristalizar el sortilegio.

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