domingo, 16 de julio de 2017

OJOS DE GATO

"Los hombres y mujeres deambulan como si estuviesen locos y dejaban que su ganado se perdiese porque ya nadie quería preocuparse por el futuro.
El padre abandona al hijo, la mujer al marido, un hermano al otro, porque esta plaga parecía comunicarse con el aliento y la vista...Y así morían. Y no se podía encontrar a nadie que enterrase a los muertos ni por amistad ni por dinero."  ( Agnolo di Tura, testigo de la época ).


París, verano de 1350
El Marqués Bertrand Ponthie se paseaba nervioso por el gran salón de armas. Por las pequeñas ventanas entraba una brisa cálida que lo exacerbaba aún más. Esperaba con impaciencia la llegada de su dama, la bella Florentine.
El padre de la joven había muerto víctima de la peste negra y él, desesperado, la mandó buscar.
Un paje, larguirucho y tartamudo, le comunicó el arribo de la comitiva.
Con ansiedad corrió hacia el puente levadizo. La vio de lejos, bajando del carruaje, soberbia, de una elegancia exquisita. ¡Cuánto la amaba!.
Sus miradas se cruzaron comunicando una vorágine de sentimientos: amor, miedo, desolación, deseo, esperanza...
Él apuró el paso y la abrazó haciendo caso omiso de las miradas licenciosas de los pocos soldados que seguían con vida.
Con ella del brazo, se dirigieron a la torre de homenaje.
Una vez solos, Florentine se desarmó en llanto.
_ Mi padre, mi pobre padre. Ni enterrarlo pude.
_ Ahora me tienes a mí, yo te protegeré _ le aseguró Bertrand abrazándola.
De la mano, la acompañó hasta la alcoba. Al cerrar la puerta la joven percibió una presencia extraña, misteriosa que le heló la sangre.
"Son mis nervios", trató de tranquilizarse. Se acercó a la ventana, corrió la pesada cortina para permitir que entrara un poco de aire fresco. Imposible, el calor era abrumador. Se recostó e intentó dormir, pero la pesadilla la perseguía.
Cadáveres y más cadáveres, unos encima de otros, pudriéndose en una gran fosa apenas tapada por unas paladas de tierra. ¡Cuántos amigos, cuántos seres queridos arrebatados por la cruel plaga!
Se despertó alarmada. Algo o alguien la observaba desde un rincón oscuro. De repente "ese algo", de un salto, se sentó sobre la cama. Florentine gritó asustada. Un gato de lustroso pelaje azabache, la miraba fijamente, como estudiándola; luego, así como llegó, desapareció.
No volvió a ver al gato hasta la cena.
Bertrand la esperaba al pie de la escalera espiral. Con sorpresa notó que cargaba el gato negro que tanto la había inquietado.

_ Veo que ya se conocen _ dijo el Marqués al percibir la reacción de su dama.
_ Esta mañana me dio la bienvenida en mi recámara. Te confieso que me asustó.
_ ¿Asustar Minouche?, pero si es una dulzura, es mi fiel compañera _ le aclaró con amabilidad _ Minouche, ella es Florentine, mi futura esposa. Minouche es adorable, aunque debo reconocer, un poco caprichosa y celosa. Y ahora que fueron hecha las presentaciones...¡a comer! _ dijo divertido.
El servicio doméstico era reducido, la muerte negra arrasaba especialmente entre los más humildes.
La cocinera, callada y ojerosa, sirvió los diferentes platos.
Bebieron un vino tinto de buen cuerpo. Florentine experimentó un ligero cosquilleo en la punta de la lengua que la hizo suspirar. Hacía bastante que no disfrutaba de un buen vino. "Quizás esta deliciosa bebida me relaje, la presencia de esa maldita gata me exaspera", pensó con los nervios crispados.
La voz ronca y sensual de Bertrand la sacó de sus cavilaciones.
_ La próxima semana llegará desde Avignon el sacerdote que nos casará. ¿Te hace feliz la noticia? _ preguntó ilusionado.
_ Mucho, estoy muy...
Se interrumpió cuando la gata saltó intempestivamente sobre el regazo del Marqués.
Desconcertada, observó como el felino se frotaba melosa contra el pecho del hombre. Un ronroneo, sordo y continuo, invadió la atmósfera, un ronroneo de placer.
Florentine sintió que la mirada filosa de la gata la atravesaba como una espada.
"Parece una mujer celosa", la ridícula idea penetró en su corazón. No la desechó.
_ Bertrand,  ¿cómo es que tienes un gato? La Santa Inquisición ordenó quemar a todos en la hoguera por estar endemoniados.
Como si la afirmación de Florentine fuese un ataque para ella, Minouche brincó del regazo del Marqués a la falda de la joven, maullando salvajemente y desgarrando la seda con sus uñas. Florentine, pasmada ante la agresión, gritó espantada. Bertrand se apresuró a auxiliarla calmando a su gata.
_ No entiendo que le sucede, ella siempre es dulce y amistosa. Es mejor que nos retiremos a descansar, hoy ha sido un dí de muchas emociones _ y con un apasionado beso se desearon las buenas noches.
La gata no perdió detalle de lo que ocurría y con sigilo se escabulló del salón.
En su alcoba, Florentine respiró seguridad. El miedo acuciante que se apoderó de ella desde su llegada al castillo, lo relacionaba con la presencia enigmática de la gata.
Un golpe suave en la puerta le anunció la presencia de la doncella que la ayudaría a desembarazarse del bendito corset que la ceñía sobremanera.
_ Esta noche habrá tormenta _ dijo categórica la sirvienta.
_ ¿Cómo lo sabes? La noche está estrellada._ le dijo señalando la ventana abierta.
_ Lloverá, lo ha dicho Minouche.
_ ¡Como es eso! _ se alarmó. "Aquí pasa algo raro", pensó inquieta, atemorizada.
_ Hace un momento le vi pasar una de sus patas sobre la oreja derecha y eso es señal de lluvia. Sus pronósticos nunca fallan.

_ ¿Cómo se salvó Minouche de la hoguera? El dictámen de la Inquisición fue estricto.
_ El amo, al conocer la orden, envió a Minouche a Fontainbleu, a una propiedad que posee en medio del campo, lejos del pueblo. Al poco tiempo, no sabemos cómo, la gata reapareció entre nosotros. Flaca y sucia, pero cuando el Marqués la llamó por su nombre, sus ojos se iluminaron  Como el peligro de ser quemada había pasado, Minouche volvió a ocupar su sitio de privilegio en el castillo para alegría del amo. Aunque, claro, el Marqués prefiere mantenerla oculta en presencia de extraños.
_ ¿Quieres a Minouche, verdad? - tanteó.
_ Le temo, señorita. Mi abuela me contó que los ojos del gato representan las puertas del infierno. Si me permite un consejo, señorita, esté atenta. A Minouche no le agrada su presencia en el castillo.
_ ¿Por qué lo dices? _ Florentine estaba atónita, pero le creía.
_ Minouche no acostumbra trepar y acurrucarse en las camas, prefiere su almohadón que tiene cerca del sillón del amo. Sin embargo esta tarde, mientras usted recorría el jardín, sorprendí a Minouche en su cama.
_ ¿Y eso que significa? _ tembló.
_ Que su muerte se aproxima. Cada vez que sube a la cama de alguien, esa persona muere. Ya sucedió...tenga cuidado señorita.
La furia de un trueno las sorprendió. Se miraron atemorizadas. La lluvia intensa y repentina confirmó la premonición de Minouche. Esa verdad desató el caos en el espíritu desfalleciente de Florentine. "Mañana mismo huiré de este siniestro lugar", se juró.
Antes de marcharse, la doncella le repitió:
_ Vigile, señorita, vigile _ susurró enigmática.
Sin poder conciliar el sueño, bajo la luz de una vela, comenzó a leer el Apocalipsis de San Juan. Lejos de serenarla, la lectura la perturbó aún más. Una oración brotó de su boca, una oración pidiendo protección.
La tormenta arreciaba en el exterior, pero también en su alma.

Un ruido constante, parecido a un rasguido contra la madera, despertó su curiosidad.
Tomó el candil y salió de la habitación. Miró hacia ambos lados del largo corredor apenas iluminado por una antorcha. Nada.
Agudizó el oído, el molesto ruido continuaba. Decidió bajar la escalera. Lo hizo con prudencia. Descendió uno a uno los escalones. Llegó a la mitad, cuando divisó una llama titilante en el salón. Apuró el paso.
"Seguramente es Bertrand, le confiaré mi temor. En él puedo,debo confiar. Debemos deshacernos de esa perversa gata".
Ese pensamiento la distrajo. Apoyó mal el pie y tropezó con algo. Cayó con brusquedad golpeándose la nuca en el filo del último escalón. Murió al instante.
El escollo que ocasionó la desgracia se desperezó grácilmente. Con agilidad bajó el último tramo de la escalera, pasando con indiferencia sobre el cadáver de Florentine.
Siguió su camino hasta la biblioteca. Allí estaba Bertrand. Se había quedado dormido estudiando los documentos para la boda. Minouche pasó a su lado acariciándole las piernas con su cola , larga y sinuosa.
Luego se acomodó en su almohadón de terciopelo bermellón y comenzó a ronronear.

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